Marie Curie
sabia leer. Soy una alumna brillante y madura, con una capacidad excepcional de concentración, sueño con realizar una carrera científica, un sueño inconcebible en mi época para una mujer, más aún en mi país, pues las universidades estaban prohibidas para las mujeres. Es en esos años de universitaria en la Sorbonne que un amigo polaco me presenta a un joven tímido y reservado: Pierre Curie. Y aquel librepensador, conocido por sus trabajos sobre cristalografía y magnetismo, se convertirá en mi esposo el 26 de julio de 1895. Un año antes me había escrito lo hermoso "que sería pasar la vida el uno junto al otro, hipnotizados con nuestros sueños: tu sueño patriótico, nuestro sueño humanista y nuestro sueño científico". Pierre y yo celebramos
nuestra unión con una sencillez casi franciscana, ni fiesta, ni alianzas, ni vestido blanco. Yo lucí el día de bodas un traje corriente de color azul y luego monté en una bicicleta junto a mi novio para iniciar la luna de miel por las carreteras de Francia. Tuvimos dos hijas, Irène y Eve. La primera seguiría los nuestros pasos y recibió el Premio Nobel de Química. La segunda fue periodista y escribió mi biografía. Un día lluvioso y oscuro de abril de 1906 Pierre murió atropellado por un coche de caballos. Fue el día más triste de mi vida.